Seleccionar página

En el segundo episodio de Mi otra yo, la serie de Netflix que indaga en las constelaciones familiares, podemos ver una constelación grupal en la que Zaman (constelador) no le pregunta a Leyla el asunto que quiere constelar ni la historia o los hechos familiares. Lo único que hace es explicar que lo que van a ver no es ni un teatro, ni un juego, es un ejercicio espiritual. Y pide que escoja un representante para ella. 

El resto se desarrolla sin más pistas, es lo que conocemos como constelación “ciega”. Y aquí, desde la delicadeza y el debido respeto a lo que se va a mostrar (la única que falta al respeto es Ada, la cirujana), podemos ver que la historia (aquello que se explicó en la familia de leyla) no es lo que en realidad pasó. El drama migratorio antiguo y por desgracia actual, ahogará muchos secretos como el de Eleni, la abuela de Leyla.  

Esta constelación que muestra la escena de Mi otra yo es “transgeneracional” y la explica el narrador de la serie: “que revivamos las cosas una y otra vez o que pasemos por un mismo ciclo, de maneras distintas, ¿podría deberse a una herida del pasado? Cuando hablamos de pasado, sólo pensamos en el nuestro, pero también es el de nuestros padres, abuelos, incluso el de sus padres”. Las vidas se cruzan y quedan unidas, desde el punto de vista de las constelaciones familiares, entre víctimas y verdugos.

La empatía con los representantes

Decía Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares que, en una constelación, los representantes sienten los sentimientos de los representados (Ada de Eleni lo que Toprak de su asesino). Pero también se muestra claramente que los asuntos propios se vuelcan en la constelación: el dolor, la rabia, el rencor que Ada siente contra Toprak. 

Pareciera que une más el odio que el amor. Lo que les pide Zaman es un gesto que intenta sanar uno de los órdenes del amor, el del equilibrio entre el dar y el tomar: “le devuelves a ella lo que es suyo por derecho” y “¿le quitas a él lo que es tuyo?”

El episodio de Mi otra yo acaba con la integración de la verdadera historia de Eleni y el ritual que Leyla le brinda: una lámpara en el mar nocturno y un deseo al aire: “Dios acoja el alma de Eleni”.